viernes, 27 de septiembre de 2013

The Hissing Of Summer Lawns - Joni Mitchell (1975)

You know they dare not look away


1.- In France They Kiss On Main Street (Mitchell)
2.- The Jungle Line (Mitchell)
3.- Edith And The Kingpin (Mitchell)
4.- Don't Interrupt The Sorrow (Mitchell)
5.- Shades Of Scarlet Conquering (Mitchell)
6.- The Hissing Of Summer Lawns (Mitchell)
7.- The Boho Dance (Mitchell)
8.- Harry's House / Centerpiece (Hendricks / Mandel / Mitchell)
9.- Sweet Bird (Mitchell)
10.- Shadows And Light (Mitchell)

NOTA PUBLICADA ORIGINALMENTE EN REVISTA SPAZZ

Suponiendo que existe una tetralogía de "obras maestras" de Joni Mitchell, una tetralogía integrada en riguroso orden cronológico por Blue, Court And Spark, The Hissing Of Summer Lawns y Hejira, este que aquí refiero fue el último de los cuatro cuya grandeza llegué a comprender (aunque también me pregunto si llegué a comprender alguna vez la grandeza de Blue; últimamente creo que sí, pero eso ya amerita otra disquisición). En fin: The Hissing Of Summer Lawns. O sea, el séptimo trabajito de Joni; o sea, más o menos a la altura de la curva de la fama donde el autor ya la recontra pegó y puede tranquilamente dedicarse a defraudar fans. Así es: estamos ante un álbum que de buenas a primeras puede sonar medio sospechoso. Los arreglos onda lounge-jazz, cómo decirlo, suenan demasiado elegantes para su propio bien. Y a pesar de que están repletos de detalles lujosos (a diferencia del sucesor Hejira, mucho más en pelotas), no están concebidos para llamar la atención ni para saltar sobre el oyente con regias monadas.

¿Dónde poner la atención entonces? Con las melodías vamos fritos, porque son esquivas, hipersutiles; divagan y se pierden como lágrimas en la lluvia y soplidos en el viento (a diferencia del antecesor Court And Spark, infestado de ear-candy inolvidable como Free Man In Paris). Si no te concentrás, si te la querés llevar toda de arriba, Hissing es una cosa bastante impenetrable que te pasa por al lado y ni te enterás. Un bodrio bah. Varios se quedan ahí, y no los condeno para nada. Bien por ellos, que prueben suerte con Dire Straits o algo.

Guarda con la maceta cuando cierres.

Pinta mal la verbena hasta que entre la escucha número 25 y la escucha número 32 con varios años perdidos en el medio, según estimaciones calculadas al voleo, algo puede llegar a pasar. Lo que me pasó a mí, gradualmente: el álbum se transfiguró frente a mis ojos en un remanso extraordinario, un curso de agua navegable, inagotable, surcado por las canciones más hermosas, no-obvias y discretamente complejas que estos tímpanos hayan sentido. ¡Ojo! Mi testimonio es simplemente eso: no descartemos que a algún bolas le guste de entrada, o que algún otro bolas lo siga detestando por siempre. Todos tenemos la libertad de que nos guste o no cualquier cosa. Incluso la vida, mirá vos. Pero volviendo al asunto que nos convoca, ¿cuál es la clave? En este caso, la paciencia: los encantos están ahí, creer o reventar, solo que se van revelando con una lentitud exasperante. Exasperante es la palabra ¡ah! pero cuando uno terminó de ver el cuadro completo de The Hissing Of Summer Lawns, la satisfacción es profunda y casi que indeleble (a diferencia de esos discos que nos vuelan el marote de prima y diez años después nos cuesta escuchar sin sentir un vacío angustiante).

Uno de esos encantos que digo que están ahí si uno quiere buscarlos - ¡Va spoiler! - está en las letras. Después de álbumes y álbumes haciéndose hasta el papanicolaou, con esas introspecciones de pop-icon que viaja por el mundo sin explicar de dónde saca la plata, Hissing ofrece un giro más que refrescante, hasta diría que ¡radical! ¿En qué consiste? En inventar personajes urbanos, pequeños y retratarlos, retratar sus vidas urbanas y pequeñas, haciéndolas grandes, como quien presentara un impromptu de la tragicomedia de la vida sin ensuciarse las manos ni la boca, con una objetividad aparente bien escenificada pero engañosa, porque todos terminamos sabiendo por quién toma partido Joni. De una u otra forma, lo sabemos, aún si no nos genera simpatía o no nos sentimos emocionalmente estrujados como en Blue, o en Hejira. Los destinos de estos personajes son demasiado inciertos para tal cosa.

Tomemos por ejemplo una canción como Edith And The Kingpin ¿no? Una de las mejores del disco, de la carrera de esta flaca como artista, de la historia de la música. Detengámonos allí. Son tres estrofitas que ilustran una situación romántica entre lo que parece ser un tipo muy importante en alguna jerarquía, el "big man", un macho alfa digamos, y esta frágil y presumiblemente risueña muchachita llamada Edith. No pasa mucho, eso seguro: solo estos dos monigotes fijándose la mirada mutuamente en los ojos sin atreverse a voltear para otro lado ("they dare not look away", una de las escenas más líricas, extáticas del álbum). ¿Qué onda? ¿Será Edith sometida por el poderoso magnate que se la curte? ¿Querría ella huir despavorida, sin poder hacerlo bajo ningún concepto? No sé, pero hay algo sumamente tenso en todo el cuento, como una violencia subyacente, apenas sugerida quizás por el dispar tamaño físico de los protagonistas, la forma en la que él agarra su mano, por ese "no atreverse" de la línea final. Este tipo de, como quien dice, fotografías sonoras de hechos triviales que dejan adivinar mucho, mucho más sin llegar a estar seguros, son la atracción neurálgica del álbum.

El tema del poder masculino y sexista es estudiado sesudamente por lo menos en otras dos canciones, que son la pista titular (promediando el álbum) y la majestuosa Harry's House oficiando de culminación de la hipótesis. El poder masculino es, en este caso y fundamentalmente, el poder del dinero. También en The Hissing y en Harry's House tenemos un co-protagonista varón, uno que ha construido mansiones fabulosas en lo alto de colinas donde sus mujeres se hallan súbitamente aprisionadas, aburridas, sin capacidad de convertir nada en nada. Lo a priori idílico del alto poder adquisitivo se torna bajo la observación de Joni en estéril y melancólico, con el tedio puro magistralmente simbolizado por el sonido de los regadores e imágenes visuales de alto impacto como aquella de Harry's House en la que "a helicopter lands in the Pan-Am roof like a dragonfly on a thomb". Joni simpatiza más con el ama de casa llena de regalos coquetos y caros, paralizada de embole; la incita de manera implícita a una liberación (frustrada en el caso de Hissing, triunfante en el caso del pobre Harry), y aún así la cosa no suena ni por un instante a "crítica social" ni finger-pointing. Es simplemente un retrato: Joni es una artista plástica que pinta con música.

¡Y qué música! Esas texturas que parecen secundarias, tan solo ornamentales en las escuchas exploratorias y primerizas, con el tiempo logran converger con voz y letras creando ensamblajes, ensanchando el sentido completo hasta darle unidad inseparable. Observemos detenidamente cómo, por ejemplo, los toques de piano en la hermosa Sweet Bird hacen de pronto una mímesis imperfecta de la melodía vocal, generando una belleza difícil de parangonar. Observemos cómo ese rhodes muy, muy agudo aparece en The Boho Dance - esta sí, bastante personal; chequear el cover de Björk - dos o tres veces nada más, pero en los momentos absolutos, exactos, si se entiende lo que quiero decir. Y para probarnos que además de su jazz-papilla también queda espacio en The Hissing para jugar un pleno, observemos el disruptivo collage (no necesariamente sonoro) que es The Jungle Line, con esos vibrantes sampleos de percusión tribal que, no es joda, preludian ideas muy parecidas de David Byrne y Paul Simon como diez años antes.

En última instancia The Hissing Of Summer Lawns, sin sonar muy extravagante ni nada, es una obra que no solo exige al oyente su tiempo y su dedicación sino que además escapa raudamente al tutelaje de los rótulos y categorizaciones obvias. Eso es lo que en definitiva, pasadas las resistencias iniciales, lo hace atractivo y luego adictivo. Canciones "de autor" con arreglos de jazz, (jazz, sí, pero sin esos guiños tradicionalistas o romanticones de una Norah Jones o una Diana Krall, exceptuando la ingeniosamente mechada rendición de Centerpiece en Harry's House) ¿Quién más hizo un álbum así? Creo que nadie. Y no estoy seguro de que sea siempre el caso, pero en este caso, permítanme, siento que es buena señal. Para decirlo sin tanta pirueta: una obra esencial. En serio.


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Ver al dorso:
Joni Mitchell - Court And Spark (1974)
Joni Mitchell - Hejira (1976)

martes, 15 de junio de 2010

Emitt Rhodes - Emitt Rhodes (1970)

I have to say the things I feel, I have to feel the things I say


1.- With My Face On The Floor (Rhodes)
2.- Somebody Made For Me (Rhodes)
3.- She's Such A Beauty (Rhodes)
4.- Long Time No See (Rhodes)
5.- Lullabye (Rhodes)
6.- Fresh As A Daisy (Rhodes)
7.- Live Till You Die (Rhodes)
8.- Promises I've Made (Rhodes)
9.- You Take The Dark Out Of The Night (Rhodes)
10.- You Should Be Ashamed (Rhodes)
11.- Ever Find Yourself Running (Rhodes)
12.- You Must Have (Rhodes)

El manual oficial del buen melómano establece que a medida que vamos descubriendo bandas nuevas aprendemos – no sin un ingenuo orgullo – a trivializar conceptos como “melodía”, “estribillos pegadizos”, “armonías hermosas” y demás perogrulladas beatlescas con las que probablemente nos hayamos identificado en un principio pero-ya-no. Entonces empezamos a profetizar el “feeling” de los cantautores ignotos que agarran una guitarrita, el “virtuosismo” del rock sinfónico, la “innovación” de enfermitos del krautrock (fanáticos de Stockhausen), la “irreverencia” del punk más incompetente, la “autenticidad” de los bluseros originales, la “estética despojada” de las bandas indie que brotan como hongos por todas partes, o, incluso, el “kick-ass-power” de Blue Cher (ACDC sería demasiado populachero, convengamos). Así es como terminamos jurando que nos gustan cosas como Trout Mask Replica (al que jamás hemos escuchado entero) y profetizando sobre cómo los Pixies, o Can – hasta los Kinks – son lo mejor que le pasó al rock. Y ahí es cuando reconsideramos a bandas como los Beatles y nos parecen algo unidimensionales, como muy formales, muy perfectirijillas, pero sin nada extraordinario para decir como “artistas” (esa palabrita de mierda). Ojo al piojo: es solo un camino posible (la mayoría de la gente, la que nunca duda, nunca dudó de que los Beatles son como Beethoven) pero quien se dedica a escuchar música se sentirá identificado, en parte, con todo esto.

Y sin embargo, lo inconfesable: seguimos deseando más melodías pegadizas y más armonías clásicas, de igual manera que deseamos volver a la teta. Siempre. En el fondo-fondo, en las profundidades más abyectas de nuestro snobismo recalcitrante, queremos volver a sentir ese torbellino irresistible de un “A Hard Day’s Night” escuchada por primera vez (Porque ¿Quién no se acuerda?) Entonces aparecen, como mini-salvaciones, esos descubrimientos geniales como Big Star. Suenan como los Beatles pero no los conoce ni el loro ni los pasan en la radio, con lo cual no tenemos ningún cargo de conciencia en esgrimirlos orgullosamente como pilares de nuestra erudición musical, clamando que Alex Chilton – recientemente fallecido – era un genio y que Thirteen es maravillosa y así sucesivamente hasta darnos cuenta de que nadie nos da la más mínima pelota.

Pues bien, el disco olvidado de hoy es un recetario clásico para este tipo de situaciones embarazosas. El fanático reprimido de los Beatles que empieza a admitir que escuchar un disco entero de Sonic Youth puede resultar un embole importante, habrá hallado un extraño tesoro con Emitt Rhodes.

Un look Ray Davies

Para empezar: ¿Quién es el flaco este? El flaco este es un yanki que fue el líder de The Merry-Go-Round, una banda pop de mediados de los 60’s que si alguien la conoce de milagro es porque Jac Holzman y Lenny Kaye incluyeron “Live” entre los artefactos de los primeros Nuggets, o porque Fairport Convention (que tampoco es que sean una de las bandas más populares del milenio) abrieron su carrera discográfica con un excelente cover de “Time Will Show The Wiser”, ambas escritas, claro, por Emitt Lynn Rhodes. En determinado momento, a finales de la década, el susodicho decidió mandarse por su cuenta, se armó un estudio en el garaje de los viejos e hizo la gran McCartney de grabar un disco entero él solito. Todas las canciones suyas, todos los instrumentos tocados por él, toda la producción a su cargo y así. ABC lo contrató para publicarle el disco, pero después lo exprimió con el contrato para que sacara uno nuevo cada seis meses (imposible para un tipo que hace todo solo), liquidando así una carrera que podría haber sido promisoria.

Lo que enseguida llama la atención de este debut es su perturbadora semejanza con Paul McCartney. Después de mucho tiempo de dar por sentado al el exbajista de los Beatles como un icono algo desabrido del show-business, alguno se habrá olvidado que el tipo tiene (o tenía, admitiendo que fue evolucionando un poco) un estilo muy propio para componer canciones y arreglarlas. Lo extraño es refrescar esta noción a partir de un… ¿Imitador? Lo cierto es que en los primeros momentos de Someone Made For Me (el ejemplo tiene algo de arbitrario, podría ser cualquier otra) es inevitable la – fantástica, imprevista – ilusión de estar escuchando una gema perdida de Wings, un outtake del White Album o algo de ese calibre. Son esas melodías intoxicantes que fluyen con total naturalidad, sin ser casi nunca predecibles o trilladas; melodías que uno siente literalmente meterse bajo la piel, provocando un gozo primitivo que no necesita de ningún otro referente intelectualoide más allá de la pura estética (cosa conveniente, dado que las letras, plagadas de frases hechas, no son nada del otro mundo). No conforme con eso, el flaco éste canta y toca el bajo parecido a Paul (¡atención al bajo de Long Time No See!), afina la batería para que suene como la de Ringo en Abbey Road y le da a la guitarrita para parecerse lo más posible a Harrison (¡atención a la intro de You Take The Dark Out Of The Night!). ¿Habrá querido emular el sonido de los Stones?

Una escucha comprensiva de Emitt Rhodes, de todas formas, permite hacer un poco de justicia por mano propia. El viejo Paul era, y sigue siendo, un tipo más versátil. Después de todo estamos hablando de quien escribió Helter Skelter ¿O no?; caer a esta altura del milenio en el horrendo lugar común de Paul como “baladista sensible” sería para pegarnos un tiro en la frente. Una comparación a vuelo de pájaro con McCartney o RAM, los álbumes contemporáneos de Paul, demuestra que el beatle era más “aventurado”, en el sentido de que se permitía jugar con una mayor polifonía de géneros y registros, aún sacrificando madurez (pensemos en throwaways exóticos como That Would Be Something o Monkberry Moon Delight). Rhodes, en cambio, pareciera concentrar todos sus esfuerzos al máximo en que cada canción sea una compacta joyita pop bien beatle y bien clásica y bien respetable, sin un solo desvío diabólico a la vista.

La buena noticia es que le sale bien. Tanto que, en la experiencia, pesa más la exaltada belleza de tantos estribillos y armonías que las ocasionalmente obvias referencias al liverpoolense o la trivialidad de las letras. La mala noticia es que, luego del impacto fenomenal de las primeras cuatro o cinco canciones, el álbum se convierte en una trampa en la que ya se hace más complicado diferenciar los temas uno de otro, terminando casi en piloto automático, con ese ritmo de bajo TUM-tum-TUM-tum-TUM tan McCartneano, aún cuando la calidad musical se mantiene estérilmente impecable hasta el final.

Antes de empezar a empalagar como chocotorta, Emitt Rhodes es un disco para aplaudir. Las primeras cuatro canciones son antológicas, y tendrán a más de uno suspirando con tanto deleite pop de primerísimo nivel. Tal vez haciendo una pausa para escuchar un poco de Slayer, se descubra que el resto, hasta el final, son igual de perfectas. ¿Quién sabe? Wes Anderson opinará algo así supongo, ya que utilizó la breve Lullabye en The Royal Tenembaums, como para darle un poco de pista a este auténtico disco olvidado. Disco que no está nada mal para un californiano que no conoce nadie y que armó todo esto solito en un garaje. No es algo imprescindible – y subiendo el volumen se nota que la producción está a medio cocer – pero apuesto varios centavos a que escuchar esto hará feliz a cualquier mortal que alguna vez lo haya sido tanto como para disfrutar de los Beatles y demás.



Publicado en Revista Spazz

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Ver al dorso:
The Merry-Go-Round - The Merry-Go-Round (1967)
Emitt Rhodes - Mirror (1971)
Emitt Rhodes - The American Dream (1971)
Emitt Rhodes - Farewell To Paradise (1973)

sábado, 31 de enero de 2009

Faust IV - Faust (1973)

Apart from all the bad times you gave me, I've always felt good with you


1.- Krautrock (Faust)
2.- The Sad Skinhead (Faust)
3.- Jennifer (Faust)
4.- Just A Second (Starts Like That) (Faust)
5.- Giggy Smile / Picnic On A Frozen River, Deuxieme Tableaux (Faust)
6.- Läuft... Heist das Es Läuft Oder Es Kommt Bald... Läuft (Peron / Wüsthoff)
7.- It's A Bit Of A Pain (Faust)

Es bastante poco significativo (y poco, a secas) lo que puede decirse de los miembros de Faust al acometer su extraordinario legado. Son o eran alemanes. Son o eran cinco o seis. Sus nombres son o eran - no tomen nota, de cualquier modo no se acordarán - Werner Diermaier; Jean-Hervé Peron (nada que ver con El General); Arnulf Meifert; Hans Joachim Irmler; Rudolf Sosna y Gunter Wüsthoff. Se formaron en 1971 y desaparecieron - tal verbo no es antojadizo - en 1975.

Fuera de esas minucias, nadie sabe más nada. Nadie sabe qué instrumento tocaba cada uno; nadie sabe cómo eran sus semblantes humanos; nadie sabe qué hacían para ganarse el pan (música, está claro, no). Para ser precisos, no es que nadie sepa sino que a nadie le importa demasiado; la envergadura mítica que Faust ostenta con orgullo ciertamente no necesita que se discurra sobre las vidas privadas (seguramente, harto mundanas) de quienes llevaron adelante una de las empresas más audaces de la breve cronología del rock. Lo que verdaderamente nos importa es el objetivo común que dio origen a la banda: empujar las fronteras del género hacia latitudes desconocidas. En el caso de Faust, más que en ningún otro, es la obra la que "habla" por el obrero. Éste, como corresponde a su título, cunde en el anonimato y se desvanece del mapa.

Y sin embargo incurrimos en una modestia algo pretenciosa (¡hurra! ¡un oxímoron!) llamando "obreros" a los músicos de Faust. En su esencia, su arte es demasiado academicista e intelectual - demasiado "de autor" - como para considerarlos simples empleados al servicio de una idea (alentada por el mentor y productor de la banda Uwe Nettelbeck). La música de Faust desconcierta y, a su manera heterodoxa, llena al oyente de emociones. Aunque concientemente calculada - como toda la música experimental - para "ir más allá", al mismo tiempo consigue transmitir una espontaneidad liberadora de la que pocas bandas avant-garde pueden jactarse. El cuarto álbum del grupo, austeramente titulado Faust IV, es tal vez el mejor ejemplo de esta feliz contradicción.

Gente con problemas.

De los cuatro álbumes del Faust original (sí, más tarde volverían, pero esa es otra historia), Faust IV es seguramente el menos intrépido. Comparado sobre todo con sistemas cacofónicos como Faust (1971) y The Faust Tapes (1973), puede afirmarse que la obra que aquí nos convoca brinda el material más accesible que grabaron los alemanes en su tiempo de gloria. En IV hay verdaderos riffs, hay melodías, hay hasta ¡géneros reconocibles! Tal es así que en su momento los seguidores más radicalizados de la banda (tres gatos locos, por supuesto) catalogaron al álbum como una decepción. Solo el transcurso del tiempo le dio el reconocimiento que, en realidad, merece.

¿Por qué lo merece? Porque Faust IV logra balancear la osadía del avant-garde propio de la banda con la excitabilidad del rock más familiar y campechano. Patear el tablero con un artistic statement de delirios informes, notas aleatorias y ruido sordo - eso es, simplificando, el disco debut del grupo - requiere más audacia y sed de sangre que verdadera imaginación. En cambio, lograr que una pieza musical desafíe las convenciones y, al mismo tiempo, ofrezca una escucha genuinamente placentera, suele ser más difícil. Mucho más de lo que quienes prefieren manifiestos extremos suelen reconocer. Faust IV no es un manifiesto extremo; lo puede escuchar cualquier vecino sin sobresaltarse ni alarmarse demasiado (a diferencia de Faust, que ninguna persona razonable toleraría). Y aún así, si ese vecino decide prestar atención, descubrirá que esta música no se parece mucho a nada que conozca. En ello reside, en suma, la conquista (la fuente del deleite y el placer) de este gran disco.

La lista de canciones es, apropiadamente para Faust, un misterio. No está muy claro cuáles son sus verdaderos nombres ni duraciones. La mayoría de las copias en mp3 disponibles en el "fondo común" de Internet vienen con ocho "tracks". En ellas está claro, solo escuchando la voz cantante, que la canción titulada Picnic On A Frozen River, Deuxieme Tableaux es en realidad Giggy Smile, que figura como si fuera la siguiente. Y así las cosas hasta que el oyente también repara en que Lauft figura dividida erróneamente en dos partes con diferentes títulos. La secuencia descripta en allmusic.com replica - y es comprensible - el mismo miserable error. La edición remasterizada editada en CD hace poco enmienda esta confusión y reduce la lista a siete canciones, aunque la verdadera identidad de la mencionada Picnic On A Frozen River, Deuxieme Tableaux (listada esta vez como una continuación de Just A Second) sigue sin ser del todo evidente. La copia que aquí se ofrece es una reinterpretación libre; se asume que en realidad Picnic es la coda de Giggy Smile, reconociéndola como el "reprise" de una melodía ya utilizada en Faust So Far, segundo álbum de la banda.

En última instancia, es fútil lamentarse por este tipo de confusiones ¿Qué es Faust sin una copiosa dosis de confusión? Para compobrarlo, basta adentrarse en el terremoto psíquico de Krautrock, un monumental paredón de sonido que inicia el álbum siempre dispuesto a horrorizar neófitos. Son diez minutos hipnóticos e inmisericordes que suponen una prueba de fuego; si el oyente consigue franquearla, el álbum se le abrirá de par en par como la cueva de Alí Babá, revelando sus más preciosos secretos. El título de la pieza se refiere al movimiento - peyorativamente nombrado por los británicos - de música progresiva alemana que floreció a comienzos de los 70's (y en el que Faust es frecuentemente encasillado). Es difícil determinar si se trata de una parodia o un auténtico tributo; después de todo, Krautrock no es más que un mamotreto gigante, un zumbido digno de algún monasterio intergaláctico. Sea lo que sea, cuando a los siete minutos la batería entra en escena haciendo saltar todo en pedazos, las puertas del paraíso "Kraut" se vislumbran a simple vista.

El resto del álbum, ahora sí, es mucho más digerible. The Sad Skinhead es un recreativo ensayo reggae y la extensa "balada" Jennifer no se aparta del concepto de música ambient que más adelante promulgaría Brian Eno (demostrando por qué Faust, al igual que otras bandas alemanas contemporáneas, son considerados pioneros absolutos en más de una corriente). Just A Second y Giggy Smile, por su parte, rellenan la mitad de Faust IV con un excitante jam psicodélico de dimensiones mastodónticas. El oyente, ese pobre indefenso, se ve de pronto sumido en un brutal huracán de watios que culmina con aquella tira cómica en clave musical - ¡esa melodía saltarina y gloriosa! - que es Picnic On A Frozen River. Acto seguido, Lauft comienza a despedirnos con sus agradables remedos folky-ambientales, para culminar con con la engañosamente pastoral It's A Bit Of A Pain y su legendario vómito de sintetizador (o lo que diablos sean esos nefastos ruidos). La sensación que provocan es una de las más aparatosas que pueden vivirse en un disco de rock. Con sinceridad, no había sorpresa más perfecta para cerrar este apasionante y extraño capítulo musical llamado Faust IV.



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Ver al dorso:
Faust - Faust (1971)
Faust - Faust So Far (1972)
Faust - The Faust Tapes (1973)

martes, 27 de enero de 2009

Underwater Moonlight - BONUS TRACKS


11.- Vegetable Man (Barrett)*
12.- Strange (Hitchcock)*
13.- Only The Stones Remain (Hitchcock)*
14.- Where Are The Prawns? (Hitchcock)*
15.- Dreams (Hitchcock)*
16.- Black Snake Diamond Rock (Hitchcock)*
17.- There's Nobody Like You (Hitchcock)*
18.- Song #4 (Hitchcock)*


Ocho outtakes adicionales para colgar del arbolito, la cola del cometa de Underwater Moonlight de los Soft Boys. Desempolvando un cover de la rareza pinkfloydiana Vegetable Man y gran elenco (que incluye: patadas en los flácidos glúteos burgueses del rock como Only The Stones Remain; mini-tours peposos como Where Are The Prawns?; octoberfests de guitarras ácidas como Dreams; delirios símil Alice Cooper como Black Snake Diamond Rock y demás lindezas). Indispensable compañero de viaje para su download.

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domingo, 25 de enero de 2009

Underwater Moonlight - The Soft Boys (1980)

Underwater moonlight sets your body free


1.- I Wanna Destroy You (Hitchcock)
2.- Kingdom Of Love (Hitchcock)
3.- Positive Vibrations (Hitchcock)
4.- I Got The Hots (Hitchcock)
5.- Insanely Jealous (Hitchcock)
6.- Tonight (Hitchcock)
7.- You'll Have To Go Sideways (Hitchcock)
8.- Old Pervert (Hitchcock / Rew / Seligman / Windsor)
9.- The Queen Of Eyes (Hitchcock)
10.- Underwater Moonlight (Hitchcock)

¿Cuándo y cómo es que el mundo se olvidó de los Soft Boys, si es que alguna vez tomó nota? Más allá de los adverbios que los críticos suelen acuñar para matizar lo injusto - o no - de tales olvidos, la situación le abre las puertas a una especie de fascinado morbo en el oyente que se cruza, tal vez de casualidad, con uno de estos álbumes infrecuentados, sin huella. Dicho de otra forma, es imprescindible que existan discos poco conocidos y escasamente enunciados, para que dedicarse a la melomanía goce de un justificado encanto (o reafirme su sentido elitista). Underwater Moonlight es uno de esos álbumes que, al descubrirlos, nos hacen sentir especiales: dueños de un secreto.

Los Soft Boys eran - o fueron - un cuarteto surgido en Cambridge (Reino Unido) en 1976, liderado por el guitarrista y compositor Robyn Hitchcock, quien luego de publicarse este disco se bifurcó en una extensa, arcana y ocasionalmente brillante carrera como cantautor con una banda propia llamada The Egyptians. El hombre, además de ser un músico prolífico y visionario, goza de una inclinación especial para abordar temáticas grotescas y hetorodoxas en sus letras, la cual aparece en pleno despegue ya con su banda original.

Underwater Moonlight, segundo long-play de la banda después del más despeinado A Can Of Bees y último hasta Nextdoorland - una inesperada reunión en 2002 - posee la inusual ventaja de ser potencialmente atractivo tanto para el aficionado al rock clásico de los tardíos años 60's como para el seguidor del britpop moderno y el amante de la irreverencia punk. Tal sincretismo hace difícil asociar esta música a un género, nicho o época específica, impregnando su encanto de una universalidad intoxicante. En todo caso, si hay un año al que el estilo no parece remitir demasiado es a 1980; irónicamente, el momento preciso en el que fue publicado.

Las diez canciones de Underwater Moonlight abrevan de incontables fuentes, reflotando una marcada impronta neo-psicodélica que puede rastrearse en toda la segunda mitad de los 60's, desde los Beatles y los Byrds hasta Hendrix, el primer Pink Floyd y The Velvet Underground. Sin embargo, no puede concluirse que los tipos simplemente se hayan dedicado a refritar pasadas glorias; una agresividad propia de las bandas punk de la época, así como un tufillo poco disimulado a himno de estadio setentoso se infiltran en la receta, haciendo germinar un combo extrañamente original - aunque no revolucionario. Es gracias a este disco que los Soft Boys son señalados como los pioneros absolutos del "revival" psicodélico de los 80's, un movimiento marginal pero vigoroso que daría cabida a una gran cantidad de grupos guitarreros alternativos (el ejemplo más conspicuo es R.E.M.) en una década tiranizada por los sintetizadores y las máquinas de ritmos.

Los viejos pervertidos.

Justamente, si un adjetivo calificativo le hace honor a Underwater Moonlight, ése es el de "guitarrero". Desde la explosión de I Wanna Destroy You hasta el épico telón final de la pista titular, Robyn Hitchcock y Kimberley Rew - el otro guitarrista de la banda - no se cansan de apabullar al oyente con una incesante colección de riffs, arpegios, reverbs y tramas melódicas que deleitarán sin pausa a cualquier oído aficionado a la guitarra eléctrica, y al buen rock en general. El sonido es tan refrescante que aún hoy otorga la sensación de estar escuchado un álbum recién publicado; es ese entusiasmo, ese insuperable regocijo de lo nuevo.

Dentro de su estilo retro más o menos uniforme - en donde el "modo jam" de A Can Of Bees ha sido atemperado en favor de rebordes más definidos - hay para gustos diversos. I Wanna Destroy You, la obertura del álbum, es un power-pop algo prosaico pero desbordante de una energía y una convicción imposibles de templar. Escuchando ese estribillo, se adueña del oyente la certeza de Hitchcock, efectivamente, va a destruir a quien sea la pobre infeliz que se haya cruzado en su camino. La grandiosa Kingdom Of Love, con su bizarra metaforización del amor como "eggs under my skin" y "tiny insects showing thorugh", es una orgía inolvidable de riffs y más riffs. Positive Vibrations sorprende con un desaforado solo de sitar. I Got The Hots sublima a la perfección a la Velvet con Syd Barrett y Insanely Jealous tiende rechinantes puentes entre la acidez y la paranoia más extrema. Tonight arranca como AC/DC, mientras que el instrumental You'll Have To Go Sideways suena como un jam cazado al vuelo del Floyd temprano. La sucia Old Pervert succiona al oyente con un groove a mitad de camino entre la cacofonía rítmica de Hendrix y la fiereza de los Rolling Stones. La preciosa The Queen Of Eyes parece salida del mejor álbum de los Byrds. Por último, el arrebatador epinicio britpop Underwater Moonlight, con ese eufórico, radiante coro vocal, lleva las cosas a término con la extravagante fábula de una pareja de estatuas que cobra vida.

Underwater Moonlight es, como quien dice, una escucha perentoria para cualquier adorador o adoratriz del rock (de guitarras, por si acaso existe otro) que pulule por la faz de la tierra.




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The Soft Boys - A Can Of Bees (1979)

sábado, 5 de julio de 2008

Geek The Girl - Lisa Germano (1994)

I don't know much about Jesus, but I feel the need for a prayer


1.- My Secret Reason (Germano)
2.- Trouble (Germano)
3.- Geek The Girl (Germano)
4.- Just Geek (Burn, Germano)
5.- Cry Wolf (Germano, Joyce)
6.- A... A Psychopath (Germano)
7.- Sexy Little Girl Princess (Burn, Germano)
8.- Phantom Love (Germano)
9.- Cancer Of Everything (Germano)
10.- A Guy Like You (Germano)
11.- ... of love and colors (Germano)
12.- Stars (Germano)

Geek The Girl propone un itinerario dantesco por los recovecos del dolor femenino. Relaciones fallidas, adultez precoz, soledad, autodesprecio y acoso sexual conforman el poco risueño universo conceptual de Lisa Germano; una cúpula pintada con las notas y las palabras de una joven que tuvo que crecer demasiado rápido, a las trompadas, pero que aún no ha podido ahuyentar a todos los monstruos del ropero. En su confusión sexualmente conciente aún conserva bien adentro sus caprichos, miedos y fantasías infantiles, que se delatan en esa voz tan frágil que parece naufragar en sí misma. El pathos que exuda el álbum es tan desesperante como inaccesible; el carácter de la heroína inspira honda repulsión y, a la vez, un extraño deseo de abrazarla, de enamorarse y hacerla salir del inasible hueco en el que sobrevive.

Lisa Germano es una violinista de Indiana que a los siete años compuso una opereta para piano de quince minutos y a la que nunca le importó demasiado el estrellato, ni las ventas, ni los grandes sellos. Eso explica el relativo anonimato que mantiene Geek The Girl, su opus más aclamado por la crítica hasta hoy. Siendo su trampolín un sello independiente - encima británico - como lo es 4AD (con personal de culto como Dead Can Dance, Cocteau Twins, Pixies, TV on The Radio y Scott Walker), no es de extrañar que Lisa haya gozado de un control casi total sobre el "producto": se trata de un diario íntimo antes que un simple disco, honesto hasta la médula, con impactantes cuotas de riesgo y escaso de concesiones para oídos golosos. Cabrá preguntarse después cuánto hay de autobiográfico y cuánto de fantasía en la ingobernable frustración que destilan cada palabra o cada nota. Cabrá esperar, si tenemos piedad, que Germano no sea tal como estas canciones nos sugieren.

El modo predominante en Geek The Girl es sombrío, pero a la vez resulta extrañamente placentero, como quien recorre un dolor que de tan profundo y existencial ya no tiene una causa concreta y se hace adictivo. Lisa Germano no necesita de la retórica para expresarse. Las letras son apenas esqueletos de asociaciones que no exigen demasiada hilación, con frases simples empapadas de incertidumbre como:

Love is weird, love
She's overdone it, can't go on
She caused it all, cry, cry wolf
She didn't know, she didn't want it
She does alot of things and regrets it
Love can hurt, love
Love is weird, love
A girl who wants it, but has no clue
She's says she'll give it, cry, cry wolf

Lisa no sabe lo que quiere. Lisa tiene problemas que ni ella entiende muy bien. Lisa hace que todo le termine saliendo mal. Lisa se odia a sí misma y le cuesta amar a los demás. Lisa siente que todos la usan de alfombra para limpiarse la suela de los zapatos. Lisa solo se queda como una piedra en un rincón a la espera de que los males inevitables simplemente se esfumen, algún día. Lisa simplemente es "not too cool" y tiene "cancer of everything".

Semejante manojo de desdichas podrían perfectamente brindarnos un álbum llorón, un álbum histérico, un álbum muy deprimente. Uno más entre tantos. Pero no; Geek The Girl tiene algo más, algo mucho más profundo, y creíble, dando vueltas por ahí. Es que ya no se trata de decir "miren qué arruinada que estoy" o "miren qué infeliz que soy" o "guarda que me corto las venas"; se trata en realidad de una magistral abstracción psicológica de esa zona en la que la niña ingenua y la mujer madura convergen y se sacan chispas; ese lugar puramente femenino que los hombres no sienten alcanzar ni a través del sexo. Más que sufrimiento o ira, Geek The Girl expresa una resignación virtuosa a la insatisfacción. Las canciones no hacen proyectos, sino que se revuelcan en la tumba de traumas y fracasos, como regodeándose en ellos con humor negro (o cinismo): "I'm not trying hard, I'm not getting well, I'm not improving, I won't do anything", confiesa Lisa en Cancer Of Everything. Solamente en Stars, al final, se anima a volver a soñar con un hombre, o alguien que la lleve "far away from here", pero es difícil decir si la nota es de optimismo, o de demencia.

Lisa en su celda, oh.

Alrededor, la música susurra un halo angélico, aunque no accesorio. Los instrumentos están casi todos interpretados por Germano y son, en buena parte, difíciles de identificar. Tan difícil como parcelar todo esto en algún género específico; se aprecian semejanzas con Cocteau Twins, con Lou Reed, con Brian Eno, con VU, con Radiohead (el Radiohead del futuro) y vaya uno a saber con cuántos más. La materia sonora es intrincada sin caer en lo indigesto; cascadas de violín, largos zumbidos y trinos de distorsión habitan a sus anchas en Geek The Girl, madurando una experiencia tensa y deleitable en proporciones análogas.

Las canciones son casi todas baladas, o letanías, y cada una de ellas es una pequeña gema indie. Desde las ominosas guitarras que alimentan la entrada de My Secret Reason a la densidad pop de Stars - con su arrebatador estribillo a lo Thom Yorke -, pasando por el sensual trance de Sexy Little Girl Princess, los arpegios envolventes de Cry Wolf, y la flotación de Trouble. Sin embargo, los momentos más perturbadores (perturbadores en serio) hay que rastrearlos en el tema titular, con su genial mantra de carrousel siniestro; en Cancer Of Everything, segmento mordaz que bien podría ser la cruza entre Velvet Underground y Coldplay; y en A Psychopath, la pièce de résistance del álbum, una oda maníaca al acoso sexual (basado en una experiencia que sufrió Lisa Germano) que amalgama la grabación de una llamada real al 911 con un desolador tema fúnebre. El recurso, claramente efectista, logra no obstante una atmósfera de terror. Dos interludios instrumentales (la casi funky Just Geek y la dramática Phantom Love), más unos bocaditos de música italiana en función de comic relief completan el asordinado pero intenso panorama musical de esta obra maestra.

Brutal, honesto - y en verdad muy depresivo - Geek The Girl constituye una cumbre, no solo de los 90', sino también de toda la música confesional femenina.



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Ver al dorso:
Lisa Germano - Happiness (1993)
Lisa Germano - Excerpts From A Love Circus (1996)

sábado, 28 de junio de 2008

Ask The Ages - Sonny Sharrock (1991)



1.- Promises Kept (Sharrock)
2.- Who Does She Hope To Be? (Sharrock)
3.- Little Rock (Sharrock)
4.- As We Used To Sing (Sharrock)
5.- Many Mansions (Sharrock)
6.- Once Upon A Time (Sharrock)

Es casi imposible exponerse a la melodía inicial de Promises Kept sin un gesto de reverencia, aunque éste sea apenas un pestañeo de algo similar al asombro. Hay un aura marcial e imponente en las espirales que Sonny Sharrock diagrama con su guitarra; y solo ese riff puede atesorar tan improbable proporcionalidad entre lo hermoso y lo violento. Porque si un par de calificativos merece Ask The Ages en su totalidad, ése es el de hermoso, y el de violento.

Hablamos de un disco instrumental y de un disco de jazz, en principio. La formación de cuatro sale al ruedo con Sonny Sharrock en guitarra, Pharoah Sanders en saxo tenor, Elvin Jones en batería y Charnett Moffett en bajo. Todos ellos nombres de calibre, aunque al público más orientado hacia el rock, como es lógico, no le evoquen nada demasiado concreto. Pharoah Sanders ha sido rotulado por Ornette Coleman como el más grande saxofonista tenor del jazz, para empezar. En los albores de su carrera, allá por los años '60, tocó con gentuza como John Coltrane (Meditations, Ascension) y Sun Ra. Después, Elvin Jones también tocó un tiempo con Coltrane, participando en ese seminal álbum llamado A Love Supreme (1965). Charnett Moffett, por su parte, es un excelente bajista free-lance cuya particularidad es la de ser mucho más joven que sus compinches de ocasión (tan viejos son que ya murieron, excepto Sanders).

Sonny Sharrock, por su parte, es una figura relativamente umbría en el mundo de jazz, o una rara avis: es el único guitarrista relevante que, a lo largo de una carrera intermitente, se ha puesto a disposición del free-jazz y otros ramajes más bien de vanguardia. Su estilo tiene por bien espantar a los puristas con acordes robustos, feedback salvaje, solos desquiciantes y toda clase de calurosas bienvenidas a la disonancia y el caos. Su música, por ese motivo, tiende a ser mejor digerida por mentalidades rockeras que por aficionados al jazz hecho y derecho. Aún así, la fusión de Sharrock exige un corazón fuerte y un paladar curtido que se banquen el arquetípico solo interminable o el más que ocasional freak-out de ruido blanco. Quien los pueda abordar, decubrirá también momentos de intensa poesía sonora.

El amo también se inclina.

Ask The Ages es el álbum cumbre de Sonny Sharrock, y tanto es así que, a poco tiempo de grabarlo, el tipo se murió de un ataque al cuore cuando estaba a punto de firmar con un gran sello por primera vez en su vida. Es como si un Dios verdugo de hombres hubiera sentenciado: "con Ask The Ages, no hay nada más que este negro pueda hacer por el mundo". Sus monstruosas notas culminan un legado que había comenzado a resurgir en los años '80, a través de su participación en la banda avant-garde "Last Exit", y de discos como Guitar (1986; grabado en solitario con doblajes de su propio instrumento) y Seize The Rainbow (1987; con riffeos sacados de algún tema imaginario de Deep Purple).

Pero es aquí en esta magnífica pieza de confusión e himnos que el tipo saca de la galera sus más aceitados recursos. Explosiones endemoniadas de ruido se emplazan con paisajes elegíacos que empequeñecen al mejor Santana. Pharoah Sanders no se amilana en absoluto y, como si su saxo estuviera enchufado a algún tomacorriente del infierno, produce una torrencial descarga en lo que muchos consideran su performance definitiva. Los temas, enteramente compuestos por Sonny, son uno más memorable que el otro. Si Promises Kept brota como un géiser de alegría y pasión, la meteórica Many Mansions apelotona tres acordes de miedo que bien parecen los versículos de alguna sesión perdida de King Crimson. La ardiente y nocturnal Who Does She Hope To Be? urde una melodía tan sustancial que suena como la banda de sonido de nuestros recuerdos más vivos. El cierre triunfal de Once Upon A Time, por su parte, nos aleja más que nunca de las estructuras básicas del jazz, para ubicarnos en una contextura de tribu afro, y regalarnos un riff de guitarra que está entre los sonidos más extáticos registrados de este lado de la existencia.

Pero cada tema celestial resulta finalmente un ardid para abandonarnos en las más borrascosas tormentas de watios y sinsentidos, que se extienden como un cáncer terminal por el espectro sonoro. Sobre todo en los dos Goliats del álbum, Promises Kept y Many Mansions, Sanders y Sharrock se carcomen los cesos en duelos que no reparan en indulgencias ni colores pastel: por momentos, parece que sus instrumentos van a acabar partiéndose en pedazos. El disco puede imaginarse como una montaña rusa extensa, rigurosa, agotadora, que busca el poema en la articulación más enfermiza y que entiende la emoción desde su ángulo más inestable. Lo extraño de su factura es que aún en esos pasajes tan brutales hay un rincón para lo invitantemente bello.

¿Qué intenta hacer, en definitiva, Ask The Ages? Seguir ocultando lo ya oculto e insistir con lo ya dicho: que el arte musical está hecho primero de lugares y espacios en la mente del oyente (lo oculto), y que el sonido (lo dicho) no es más que puentes que se van tendiendo o anclas que se van echando. Si el título del álbum pareciera, sin modestia alguna, preguntarle a las edades si hubo jazz-rock más relevante que éste alguna vez (a ver qué nos contestan), el apellido de Sharrock y su isomorfismo no deja de ser sorprendente: género e intérprete son sinónimos.



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Ver al dorso:
Last Exit - Last Exit (1986)
Sonny Sharrock - Guitar (1986)
Sonny Sharrock - Seize The Rainbow (1987)

sábado, 21 de junio de 2008

Mark Hollis - Mark Hollis (1998)

Saw the bridges that I burnt before, one song among us all...


1.- The Colour Of Spring (Hollis - Ramacon)
2.- Watershed (Hollis, Livesey)
3.- Inside Looking Out (Hollis)
4.- The Gift (Hollis, Livesey)
5.- A Life (1895-1915) (Hollis, Livesey)
6.- Westward Bound (Hollis, Miller)
7.- The Daily Planet (Hollis, Livesey)
8.- A New Jerusalem (Hollis, Livesey)

Hace diez años que el británico Mark Hollis se ha llamado a silencio y quién sabe si volverá a grabar algo más alguna vez en su vida. Parece un destino casi demasiado obvio para un músico que supo descubrir en el silencio su instrumento más importante. El periplo desde aquellos primeros "acordes" de Talk Talk hasta la epifanía de su único álbum en solitario lleva la impronta de un peregrinaje y una búsqueda. Enigmáticas, mínimas, estas páginas musicales forjan un disco de esos para reconciliarse con la humanidad.

Se escuchan quejas porque últimamente las bandas de rock, buenas y malas, publican álbumes en intervalos de tres (cuatro, cinco) años; tal es nuestra avidez de producto, tal nuestra demanda de canciones-commodities. Idealizando tiempos pasados (y todos, excepto Spinetta, sabemos que todo tiempo pasado fue mejor), en los que ciertos señores cocinaban hasta dos álbumes clásicos en un mismo año, nos preguntamos por qué razón se requiere hoy tanto tiempo para congregar una decena de temas que luego ni siquiera son la gran cosa. Pues bien. Mark Hollis viene y redobla la apuesta: un solo álbum desde la disolución de Talk Talk, en 1991, hasta hoy. ¡Eso sí es un largo descanso! ¿Y el tipo sigue vivo? Claramente, con gente así, la ecuación pasa a ser otra.

Allí está Hollis, por fin.

¿Es Mark Hollis un perezoso? Negativo: simplemente Mark Hollis ya no trabaja para el jefe mercado. Se podría afirmar que desde Spirit Of Eden (1988), el que le valió ser agriamente despedido de EMI, para Hollis la palabra "mercado" es solo una más entre las que podría utilizar al redactar alguna letra. Graba, canta, toca cuando tiene algo que decir. Siendo un hombre de pocas palabras (hasta le da fiaca cantarlas), solo tuvo algo que decir en 1998, en este autotitulado álbum que hoy nos reúne en torno a una pantalla.

¿Y qué es lo que tuvo para decir? Cosas como ésta:

Opaline through her hair
Born on an April tide
Glowing in the wonder of our first child
There my promise is

A spur
A rein

The world upon my back
The pressure upon this earth

Drought's heir

Sown my money
Sold my shirt
Sown my money

Migrate
Job on the threshing line
Mute I walk
Idle ground
Westward bound

¡Ajá! Más claro, imposible. Mark Hollis, el álbum, entonces. Si lo trajeamos y lo llevamos a una fiestita con Spirit Of Eden y Laughing Stock (los últimos discos de Talk Talk), los tres juntos no se van a llevar mal en lo absoluto. De hecho, hay buenos motivos para nombrar a éste el tercer eslabón de la trilogía, aquel que retoma y expande sobre aquello que Laughing Stock dejó inconcluso (si fuera admisible aplicar el calificativo inconcluso a uno de los álbumes más redondos jamás hechos, claro).

Hollis y el minimalismo; Hollis y la perfección; Hollis y la evanescencia. Los que mamaron del tardío Talk Talk han visto y escuchado esto antes. Sin embargo, como si fuera acaso posible, Mark Hollis es un álbum aún más desértico que sus dos ilustres predecesores. Donde Spirit Of Eden y Laughing Stock recurrían a la hipnosis e incluso a la lujuria, Mark Hollis solo nos extravía en una superficie de sonido plana y pura como el océano. Es, mal y pronto dicho, mucho más difícil de escuchar.

Pero bien vale la pena una dificultad, en este caso. El fundamento, siete años después, sigue siendo esa extraña alquimia parte jazz y parte indescifrable que convirtió a esas dos últimas glorias de Talk Talk en monumentos de sonido. Y otra vez es eso; deleitarse en la contemplación del sonido, o bien dejarse acariciar por las elocuentes texturas como quien escucha llover. La voz de Hollis - ese musitar aterciopelado en el que las palabras son elididas al decirse - no ha perdido su habilidad de penetrar por lugares inhóspitos, como si cantara desde alguna estrella ubicada en el ángulo justo. Después: pianos, órganos, clarinetes, alguna armónica, guitarras acústicas y silencio. Mucho silencio entre las notas, y pocas notas. La melodía está llevada casi al plano de la abstracción; un lugar solitario donde tres notitas de guitarra son tan preciosas como el más mínimo trébol verde hallado en un páramo.

Mark Hollis es, justamente, un páramo; un terreno yermo que recurre a la aridez y al despojo para darle fueros de dádiva a cada pequeña minucia. En el vacío de la espera, cada sonido vibra con otra fuerza y lo nimio cobra una dimensión gigantesca, como si pudiéramos escuchar con una lupa. Tomemos por ejemplo A Life (1895-1915) y eso que comienza a los tres minutos; unos acordes de piano muy suaves que, al emerger desde la nada, parecen el sonido más potente del mundo. Las emociones fluyen como desde un lugar secreto en nosotros que acabamos de descubrir; la maestría de la atmósfera que consigue Hollis no tiene paralelo.

Dejarse llevar. Mark Hollis es un disco que nos permite mimetizarnos con las ondas sonoras, nadar en ellas con tenues brazadas de la mente. No hay nada parecido a este disco en la vida. Hasta Spirit Of Eden y Laughing Stock resultan empalagosos, excesivos en todo sentido, retomados luego de algo así. Si tuviéramos que leer esta música en un pentagrama, cinco líneas y cuatro espacios serían demasiado cotillón. Nos quedamos, al final, con la metáfora de un Mark Hollis que se fue retirando lentamente de su arte, cada vez con menos que decir, menos que cantar, cuanto más se iba acercando a la verdad. Y la verdad, parece, no está en la música.



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Talk Talk - Spirit Of Eden (1988)
Talk Talk - Laughing Stock (1991)

sábado, 24 de marzo de 2007

Presentación

Cuando me pregunto por el mejor álbum de rock o jazz de la historia ya no puedo eludir la idea de que la cuestión, en sí, es una trivialidad. Hay demasiada música circulando en el éter, muy diversa además, como para pretender que un solo álbum los gobierne a todos desde un pedestal. Hay algunos discos bastante malos, otros bastante buenos y, entre estos últimos, ciertos que merecen llamarse "obras maestras".

El humilde objetivo de este espacio es presentar al lector algunas de estas obras maestras mediante reseñas que, en la mayoría de los casos, ninguna esperanza tienen de hacerle justicia a la música que referirán. George Steiner, un notable ensayista francés, decía que al hablar de música "el lenguaje cojea"; con esta frase, sintetiza la imposibilidad de traducir el lenguaje musical a la adusta matriz del verbo y, contiguamente, la futilidad de la crítica musical como ejercicio definitivo. El hecho de que, aún así, algunos lo intentemos, viene a exponer cierta ingenuidad de nuestra parte o, más bien, un empeño encomiable en lograr ecuaciones imposibles.

Las palabras sobre la música no intentan jamás reemplazar el ejercicio de escuchar. Tampoco aspiran situarse a la par de él. Pero si, chapoteando a lo largo de sus propias limitaciones, éstas logran que el lector descubra obras musicales previamente desconocidas, suceptibles de ser atesoraradas para siempre en su rotación regular de audio, se puede decir que habrán cumplido con creces la misión encomendada.

Muchas de estas obras son bastante oscuras para el público en general. Otras, en cambio, han sido consagradas con los años por el mercado y la radio. No importa realmente. Calidad artística, poder expresivo, cualidades innovadoras y coherencia conceptual serán algunos hilos conductores que unan bajo un mismo techo a vacas sagradas y joyas ocultas. La idea es que, con el tiempo, el blog se vaya convirtiendo en un compendio referencial de aquellos discos absolutamente escenciales del rock y el jazz.

Sin más para decir, los dejo a la espera de la inminente primera entrega.