sábado, 5 de julio de 2008

Geek The Girl - Lisa Germano (1994)

I don't know much about Jesus, but I feel the need for a prayer


1.- My Secret Reason (Germano)
2.- Trouble (Germano)
3.- Geek The Girl (Germano)
4.- Just Geek (Burn, Germano)
5.- Cry Wolf (Germano, Joyce)
6.- A... A Psychopath (Germano)
7.- Sexy Little Girl Princess (Burn, Germano)
8.- Phantom Love (Germano)
9.- Cancer Of Everything (Germano)
10.- A Guy Like You (Germano)
11.- ... of love and colors (Germano)
12.- Stars (Germano)

Geek The Girl propone un itinerario dantesco por los recovecos del dolor femenino. Relaciones fallidas, adultez precoz, soledad, autodesprecio y acoso sexual conforman el poco risueño universo conceptual de Lisa Germano; una cúpula pintada con las notas y las palabras de una joven que tuvo que crecer demasiado rápido, a las trompadas, pero que aún no ha podido ahuyentar a todos los monstruos del ropero. En su confusión sexualmente conciente aún conserva bien adentro sus caprichos, miedos y fantasías infantiles, que se delatan en esa voz tan frágil que parece naufragar en sí misma. El pathos que exuda el álbum es tan desesperante como inaccesible; el carácter de la heroína inspira honda repulsión y, a la vez, un extraño deseo de abrazarla, de enamorarse y hacerla salir del inasible hueco en el que sobrevive.

Lisa Germano es una violinista de Indiana que a los siete años compuso una opereta para piano de quince minutos y a la que nunca le importó demasiado el estrellato, ni las ventas, ni los grandes sellos. Eso explica el relativo anonimato que mantiene Geek The Girl, su opus más aclamado por la crítica hasta hoy. Siendo su trampolín un sello independiente - encima británico - como lo es 4AD (con personal de culto como Dead Can Dance, Cocteau Twins, Pixies, TV on The Radio y Scott Walker), no es de extrañar que Lisa haya gozado de un control casi total sobre el "producto": se trata de un diario íntimo antes que un simple disco, honesto hasta la médula, con impactantes cuotas de riesgo y escaso de concesiones para oídos golosos. Cabrá preguntarse después cuánto hay de autobiográfico y cuánto de fantasía en la ingobernable frustración que destilan cada palabra o cada nota. Cabrá esperar, si tenemos piedad, que Germano no sea tal como estas canciones nos sugieren.

El modo predominante en Geek The Girl es sombrío, pero a la vez resulta extrañamente placentero, como quien recorre un dolor que de tan profundo y existencial ya no tiene una causa concreta y se hace adictivo. Lisa Germano no necesita de la retórica para expresarse. Las letras son apenas esqueletos de asociaciones que no exigen demasiada hilación, con frases simples empapadas de incertidumbre como:

Love is weird, love
She's overdone it, can't go on
She caused it all, cry, cry wolf
She didn't know, she didn't want it
She does alot of things and regrets it
Love can hurt, love
Love is weird, love
A girl who wants it, but has no clue
She's says she'll give it, cry, cry wolf

Lisa no sabe lo que quiere. Lisa tiene problemas que ni ella entiende muy bien. Lisa hace que todo le termine saliendo mal. Lisa se odia a sí misma y le cuesta amar a los demás. Lisa siente que todos la usan de alfombra para limpiarse la suela de los zapatos. Lisa solo se queda como una piedra en un rincón a la espera de que los males inevitables simplemente se esfumen, algún día. Lisa simplemente es "not too cool" y tiene "cancer of everything".

Semejante manojo de desdichas podrían perfectamente brindarnos un álbum llorón, un álbum histérico, un álbum muy deprimente. Uno más entre tantos. Pero no; Geek The Girl tiene algo más, algo mucho más profundo, y creíble, dando vueltas por ahí. Es que ya no se trata de decir "miren qué arruinada que estoy" o "miren qué infeliz que soy" o "guarda que me corto las venas"; se trata en realidad de una magistral abstracción psicológica de esa zona en la que la niña ingenua y la mujer madura convergen y se sacan chispas; ese lugar puramente femenino que los hombres no sienten alcanzar ni a través del sexo. Más que sufrimiento o ira, Geek The Girl expresa una resignación virtuosa a la insatisfacción. Las canciones no hacen proyectos, sino que se revuelcan en la tumba de traumas y fracasos, como regodeándose en ellos con humor negro (o cinismo): "I'm not trying hard, I'm not getting well, I'm not improving, I won't do anything", confiesa Lisa en Cancer Of Everything. Solamente en Stars, al final, se anima a volver a soñar con un hombre, o alguien que la lleve "far away from here", pero es difícil decir si la nota es de optimismo, o de demencia.

Lisa en su celda, oh.

Alrededor, la música susurra un halo angélico, aunque no accesorio. Los instrumentos están casi todos interpretados por Germano y son, en buena parte, difíciles de identificar. Tan difícil como parcelar todo esto en algún género específico; se aprecian semejanzas con Cocteau Twins, con Lou Reed, con Brian Eno, con VU, con Radiohead (el Radiohead del futuro) y vaya uno a saber con cuántos más. La materia sonora es intrincada sin caer en lo indigesto; cascadas de violín, largos zumbidos y trinos de distorsión habitan a sus anchas en Geek The Girl, madurando una experiencia tensa y deleitable en proporciones análogas.

Las canciones son casi todas baladas, o letanías, y cada una de ellas es una pequeña gema indie. Desde las ominosas guitarras que alimentan la entrada de My Secret Reason a la densidad pop de Stars - con su arrebatador estribillo a lo Thom Yorke -, pasando por el sensual trance de Sexy Little Girl Princess, los arpegios envolventes de Cry Wolf, y la flotación de Trouble. Sin embargo, los momentos más perturbadores (perturbadores en serio) hay que rastrearlos en el tema titular, con su genial mantra de carrousel siniestro; en Cancer Of Everything, segmento mordaz que bien podría ser la cruza entre Velvet Underground y Coldplay; y en A Psychopath, la pièce de résistance del álbum, una oda maníaca al acoso sexual (basado en una experiencia que sufrió Lisa Germano) que amalgama la grabación de una llamada real al 911 con un desolador tema fúnebre. El recurso, claramente efectista, logra no obstante una atmósfera de terror. Dos interludios instrumentales (la casi funky Just Geek y la dramática Phantom Love), más unos bocaditos de música italiana en función de comic relief completan el asordinado pero intenso panorama musical de esta obra maestra.

Brutal, honesto - y en verdad muy depresivo - Geek The Girl constituye una cumbre, no solo de los 90', sino también de toda la música confesional femenina.



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Ver al dorso:
Lisa Germano - Happiness (1993)
Lisa Germano - Excerpts From A Love Circus (1996)

sábado, 28 de junio de 2008

Ask The Ages - Sonny Sharrock (1991)



1.- Promises Kept (Sharrock)
2.- Who Does She Hope To Be? (Sharrock)
3.- Little Rock (Sharrock)
4.- As We Used To Sing (Sharrock)
5.- Many Mansions (Sharrock)
6.- Once Upon A Time (Sharrock)

Es casi imposible exponerse a la melodía inicial de Promises Kept sin un gesto de reverencia, aunque éste sea apenas un pestañeo de algo similar al asombro. Hay un aura marcial e imponente en las espirales que Sonny Sharrock diagrama con su guitarra; y solo ese riff puede atesorar tan improbable proporcionalidad entre lo hermoso y lo violento. Porque si un par de calificativos merece Ask The Ages en su totalidad, ése es el de hermoso, y el de violento.

Hablamos de un disco instrumental y de un disco de jazz, en principio. La formación de cuatro sale al ruedo con Sonny Sharrock en guitarra, Pharoah Sanders en saxo tenor, Elvin Jones en batería y Charnett Moffett en bajo. Todos ellos nombres de calibre, aunque al público más orientado hacia el rock, como es lógico, no le evoquen nada demasiado concreto. Pharoah Sanders ha sido rotulado por Ornette Coleman como el más grande saxofonista tenor del jazz, para empezar. En los albores de su carrera, allá por los años '60, tocó con gentuza como John Coltrane (Meditations, Ascension) y Sun Ra. Después, Elvin Jones también tocó un tiempo con Coltrane, participando en ese seminal álbum llamado A Love Supreme (1965). Charnett Moffett, por su parte, es un excelente bajista free-lance cuya particularidad es la de ser mucho más joven que sus compinches de ocasión (tan viejos son que ya murieron, excepto Sanders).

Sonny Sharrock, por su parte, es una figura relativamente umbría en el mundo de jazz, o una rara avis: es el único guitarrista relevante que, a lo largo de una carrera intermitente, se ha puesto a disposición del free-jazz y otros ramajes más bien de vanguardia. Su estilo tiene por bien espantar a los puristas con acordes robustos, feedback salvaje, solos desquiciantes y toda clase de calurosas bienvenidas a la disonancia y el caos. Su música, por ese motivo, tiende a ser mejor digerida por mentalidades rockeras que por aficionados al jazz hecho y derecho. Aún así, la fusión de Sharrock exige un corazón fuerte y un paladar curtido que se banquen el arquetípico solo interminable o el más que ocasional freak-out de ruido blanco. Quien los pueda abordar, decubrirá también momentos de intensa poesía sonora.

El amo también se inclina.

Ask The Ages es el álbum cumbre de Sonny Sharrock, y tanto es así que, a poco tiempo de grabarlo, el tipo se murió de un ataque al cuore cuando estaba a punto de firmar con un gran sello por primera vez en su vida. Es como si un Dios verdugo de hombres hubiera sentenciado: "con Ask The Ages, no hay nada más que este negro pueda hacer por el mundo". Sus monstruosas notas culminan un legado que había comenzado a resurgir en los años '80, a través de su participación en la banda avant-garde "Last Exit", y de discos como Guitar (1986; grabado en solitario con doblajes de su propio instrumento) y Seize The Rainbow (1987; con riffeos sacados de algún tema imaginario de Deep Purple).

Pero es aquí en esta magnífica pieza de confusión e himnos que el tipo saca de la galera sus más aceitados recursos. Explosiones endemoniadas de ruido se emplazan con paisajes elegíacos que empequeñecen al mejor Santana. Pharoah Sanders no se amilana en absoluto y, como si su saxo estuviera enchufado a algún tomacorriente del infierno, produce una torrencial descarga en lo que muchos consideran su performance definitiva. Los temas, enteramente compuestos por Sonny, son uno más memorable que el otro. Si Promises Kept brota como un géiser de alegría y pasión, la meteórica Many Mansions apelotona tres acordes de miedo que bien parecen los versículos de alguna sesión perdida de King Crimson. La ardiente y nocturnal Who Does She Hope To Be? urde una melodía tan sustancial que suena como la banda de sonido de nuestros recuerdos más vivos. El cierre triunfal de Once Upon A Time, por su parte, nos aleja más que nunca de las estructuras básicas del jazz, para ubicarnos en una contextura de tribu afro, y regalarnos un riff de guitarra que está entre los sonidos más extáticos registrados de este lado de la existencia.

Pero cada tema celestial resulta finalmente un ardid para abandonarnos en las más borrascosas tormentas de watios y sinsentidos, que se extienden como un cáncer terminal por el espectro sonoro. Sobre todo en los dos Goliats del álbum, Promises Kept y Many Mansions, Sanders y Sharrock se carcomen los cesos en duelos que no reparan en indulgencias ni colores pastel: por momentos, parece que sus instrumentos van a acabar partiéndose en pedazos. El disco puede imaginarse como una montaña rusa extensa, rigurosa, agotadora, que busca el poema en la articulación más enfermiza y que entiende la emoción desde su ángulo más inestable. Lo extraño de su factura es que aún en esos pasajes tan brutales hay un rincón para lo invitantemente bello.

¿Qué intenta hacer, en definitiva, Ask The Ages? Seguir ocultando lo ya oculto e insistir con lo ya dicho: que el arte musical está hecho primero de lugares y espacios en la mente del oyente (lo oculto), y que el sonido (lo dicho) no es más que puentes que se van tendiendo o anclas que se van echando. Si el título del álbum pareciera, sin modestia alguna, preguntarle a las edades si hubo jazz-rock más relevante que éste alguna vez (a ver qué nos contestan), el apellido de Sharrock y su isomorfismo no deja de ser sorprendente: género e intérprete son sinónimos.



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Ver al dorso:
Last Exit - Last Exit (1986)
Sonny Sharrock - Guitar (1986)
Sonny Sharrock - Seize The Rainbow (1987)

sábado, 21 de junio de 2008

Mark Hollis - Mark Hollis (1998)

Saw the bridges that I burnt before, one song among us all...


1.- The Colour Of Spring (Hollis - Ramacon)
2.- Watershed (Hollis, Livesey)
3.- Inside Looking Out (Hollis)
4.- The Gift (Hollis, Livesey)
5.- A Life (1895-1915) (Hollis, Livesey)
6.- Westward Bound (Hollis, Miller)
7.- The Daily Planet (Hollis, Livesey)
8.- A New Jerusalem (Hollis, Livesey)

Hace diez años que el británico Mark Hollis se ha llamado a silencio y quién sabe si volverá a grabar algo más alguna vez en su vida. Parece un destino casi demasiado obvio para un músico que supo descubrir en el silencio su instrumento más importante. El periplo desde aquellos primeros "acordes" de Talk Talk hasta la epifanía de su único álbum en solitario lleva la impronta de un peregrinaje y una búsqueda. Enigmáticas, mínimas, estas páginas musicales forjan un disco de esos para reconciliarse con la humanidad.

Se escuchan quejas porque últimamente las bandas de rock, buenas y malas, publican álbumes en intervalos de tres (cuatro, cinco) años; tal es nuestra avidez de producto, tal nuestra demanda de canciones-commodities. Idealizando tiempos pasados (y todos, excepto Spinetta, sabemos que todo tiempo pasado fue mejor), en los que ciertos señores cocinaban hasta dos álbumes clásicos en un mismo año, nos preguntamos por qué razón se requiere hoy tanto tiempo para congregar una decena de temas que luego ni siquiera son la gran cosa. Pues bien. Mark Hollis viene y redobla la apuesta: un solo álbum desde la disolución de Talk Talk, en 1991, hasta hoy. ¡Eso sí es un largo descanso! ¿Y el tipo sigue vivo? Claramente, con gente así, la ecuación pasa a ser otra.

Allí está Hollis, por fin.

¿Es Mark Hollis un perezoso? Negativo: simplemente Mark Hollis ya no trabaja para el jefe mercado. Se podría afirmar que desde Spirit Of Eden (1988), el que le valió ser agriamente despedido de EMI, para Hollis la palabra "mercado" es solo una más entre las que podría utilizar al redactar alguna letra. Graba, canta, toca cuando tiene algo que decir. Siendo un hombre de pocas palabras (hasta le da fiaca cantarlas), solo tuvo algo que decir en 1998, en este autotitulado álbum que hoy nos reúne en torno a una pantalla.

¿Y qué es lo que tuvo para decir? Cosas como ésta:

Opaline through her hair
Born on an April tide
Glowing in the wonder of our first child
There my promise is

A spur
A rein

The world upon my back
The pressure upon this earth

Drought's heir

Sown my money
Sold my shirt
Sown my money

Migrate
Job on the threshing line
Mute I walk
Idle ground
Westward bound

¡Ajá! Más claro, imposible. Mark Hollis, el álbum, entonces. Si lo trajeamos y lo llevamos a una fiestita con Spirit Of Eden y Laughing Stock (los últimos discos de Talk Talk), los tres juntos no se van a llevar mal en lo absoluto. De hecho, hay buenos motivos para nombrar a éste el tercer eslabón de la trilogía, aquel que retoma y expande sobre aquello que Laughing Stock dejó inconcluso (si fuera admisible aplicar el calificativo inconcluso a uno de los álbumes más redondos jamás hechos, claro).

Hollis y el minimalismo; Hollis y la perfección; Hollis y la evanescencia. Los que mamaron del tardío Talk Talk han visto y escuchado esto antes. Sin embargo, como si fuera acaso posible, Mark Hollis es un álbum aún más desértico que sus dos ilustres predecesores. Donde Spirit Of Eden y Laughing Stock recurrían a la hipnosis e incluso a la lujuria, Mark Hollis solo nos extravía en una superficie de sonido plana y pura como el océano. Es, mal y pronto dicho, mucho más difícil de escuchar.

Pero bien vale la pena una dificultad, en este caso. El fundamento, siete años después, sigue siendo esa extraña alquimia parte jazz y parte indescifrable que convirtió a esas dos últimas glorias de Talk Talk en monumentos de sonido. Y otra vez es eso; deleitarse en la contemplación del sonido, o bien dejarse acariciar por las elocuentes texturas como quien escucha llover. La voz de Hollis - ese musitar aterciopelado en el que las palabras son elididas al decirse - no ha perdido su habilidad de penetrar por lugares inhóspitos, como si cantara desde alguna estrella ubicada en el ángulo justo. Después: pianos, órganos, clarinetes, alguna armónica, guitarras acústicas y silencio. Mucho silencio entre las notas, y pocas notas. La melodía está llevada casi al plano de la abstracción; un lugar solitario donde tres notitas de guitarra son tan preciosas como el más mínimo trébol verde hallado en un páramo.

Mark Hollis es, justamente, un páramo; un terreno yermo que recurre a la aridez y al despojo para darle fueros de dádiva a cada pequeña minucia. En el vacío de la espera, cada sonido vibra con otra fuerza y lo nimio cobra una dimensión gigantesca, como si pudiéramos escuchar con una lupa. Tomemos por ejemplo A Life (1895-1915) y eso que comienza a los tres minutos; unos acordes de piano muy suaves que, al emerger desde la nada, parecen el sonido más potente del mundo. Las emociones fluyen como desde un lugar secreto en nosotros que acabamos de descubrir; la maestría de la atmósfera que consigue Hollis no tiene paralelo.

Dejarse llevar. Mark Hollis es un disco que nos permite mimetizarnos con las ondas sonoras, nadar en ellas con tenues brazadas de la mente. No hay nada parecido a este disco en la vida. Hasta Spirit Of Eden y Laughing Stock resultan empalagosos, excesivos en todo sentido, retomados luego de algo así. Si tuviéramos que leer esta música en un pentagrama, cinco líneas y cuatro espacios serían demasiado cotillón. Nos quedamos, al final, con la metáfora de un Mark Hollis que se fue retirando lentamente de su arte, cada vez con menos que decir, menos que cantar, cuanto más se iba acercando a la verdad. Y la verdad, parece, no está en la música.



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Ver al dorso:
Talk Talk - Spirit Of Eden (1988)
Talk Talk - Laughing Stock (1991)